domingo, 25 de noviembre de 2012

Relato. ''El poder de las palabras''


Oscuridad. Un olor familiar. Un ruido ensordecedor. Demasiada gente hablando al mismo tiempo, las voces se entremezclan, se hacen indescifrables, las conoces, te suenan, pero no recuerdas a quienes pertenecen.

Empiezas a mover los dedos de la mano derecha y reconoces el tacto de algo, no sabes muy bien que es, tienes la sensación que deberías conocerlo, sí, antes ya habías tocado algo semejante. Al notar lo que tienes en la mano izquierda piensas, ‘’es algo frío, pero a la vez cálido, es una mano, pequeña, ¿cómo describirla? Es una mano dulce, sí, eso, es dulce.

Alguien se preguntará; ¿cómo puede ser algo frío y cálido al mismo tiempo? Muy sencillo, cuando te sientes perdida, confusa, pero en algún momento dentro de todo ese desorden la mano de tu hermana pequeña, o de tu hermano, o de tu amiga coge la tuya y la estrecha entre sus dedos, por muy congelados que estén estos, tienes la sensación de estar protegida por la cosa más cálida que puedas encontrar en el mundo.’’

De repente, oscuridad otra vez.

Abres los ojos y el proceso sigue, vas despertando, todo va cobrando color, forma. Al tenerlos completamente abiertos vas observando todo cuanto hay a tu alrededor; es una habitación rosa, un rosa pálido. Justo en frente hay una puerta, a su izquierda una estantería repleta de libros, carpetas, fotos… al otro lado simplemente hay un pequeño trozo de papel enmarcado, en él, se pueden ver lo que parecen letras recortadas de una revista formando una sencilla frase, pero dada la condición de tu vista, aún adormecida, no tienes la capacidad visual necesaria para leerla. Sigues analizando cada objeto de la habitación: un pupitre, una mesita de noche, pero lo que más te llama la atención es un ventanal, desde donde se puede observar un maravilloso paisaje; a lo lejos se ven unas siluetas blancas, enormes, son montañas repletas de nieve, justo abajo está un jardín, verde, el sol brilla. Dado el panorama parece que sea un día soleado de invierno.

Pero realmente en lo que te fijas al mirar por la ventana es en ese chico, no es alto, ni bajo, castaño… justo cuando lo estás mirando él hace lo mismo y una expresión de incredulidad se le dibuja en su rostro. Empieza a correr hacia dentro de la casa, ‘’parece que viene hacia mí’’ piensas, y realmente, no vas equivocada.

Acaba de ocurrir un milagro, pero, tú, aún no lo sabes.

Al cabo de menos de treinta segundos alguien abre la puerta de la habitación, esperas que sea ese hermoso muchacho, pero no, es un hombre alto, de cabellos claros, eso sí, igual de guapo, lleva una bata blanca. Se acerca a tu lado y empieza a mirarte el pulso, tus constantes vitales, parece que todo marcha ya que al hacer distintos movimientos y apretar varios botones en una máquina te mira a los ojos, sonríe, te acaricia el pelo y luego, se va.

No tardan en aparecer otro hombre y una mujer en la habitación, parecen una pareja, van cogidos de la mano y los dos tienen una expresión de angustia, pero a la vez de felicidad en su rostro. Estos también empiezan a acariciarte, a preguntarte cosas, pero no los entiendes, o más bien, no quieres hacerlo.

Estás asustada, no sabes quienes son, no recuerdas cómo te llamas, ni dónde estás, ni que ha pasado, realmente, no sabes nada. Pero compruebas que tu sentido del humor no ha desaparecido ya que al darte cuenta de lo perdida y confusa que estas te viene a la mente la famosa frase de Sócrates: ‘’yo solo sé, que no sé nada’’. Y te ríes de lo que acaba de rondar por tu cabeza y eso parece que provoca un agradable efecto esas personas que están a tu lado ya que se abrazan y empiezan a besarse como si tuvieran algo que celebrar. Como si tu risa hubiera sido el motor de su alegría.

De repente, algo cambia dentro de ti, la angustia aumenta, el miedo a no recordar nada de tu pasado, nada de ti misma, y no sabes exactamente porque, empiezas a llorar desesperadamente, las lágrimas caen de tus ojos como gotas de agua en pleno día de tormenta.

Le pides a esa pareja que se marche, no quieres verlos, no quieres hablar con nadie, estos aceptan y desaparecen, detrás de ellos cierran la puerta, ahora estás totalmente sola. En el jardín ya no está ese chico, el día está más nublado, ya nada es tan bonito.

No puedes parar de llorar, algo se ha apoderado de ti y en ese momento, cuando lo ves todo perdido entra él, se sienta a tu lado, empieza a contarte cosas sobre ti, te tranquiliza, te anima, te acaricia, te besa en la mejilla y se levanta, un susurro sale de tu boca y le pides que no se vaya, pero no se iba. Pone en el ordenador una canción, una de Alex Ubago, ya la habías escuchado.

Empieza. Lenta. Llega el estribillo y oyes esa frase:’’ vuela alto, no te rindas’’… Tu mente se despierta y en un mismo flash todo vuelve, esas palabras, el significado que tienen, tu madre, tu padre, todos y cada uno de ellos…

El muchacho vuelve a tu lado y te pregunta: ‘’Paula, ¿te acuerdas?’’

Y quieres decir:’’ Sí, sí. Me acuerdo de todo, de todos y cada uno de vosotros, de esa frase, esas palabras que mi madre me ha dicho día a día durante todo este tiempo que he estado ausente, que he estado dormida, recuerdo las caricias y los besos que me habéis ido dando cada momento, y por eso quiero daros las gracias, gracias, gracias. Volaré, alto, no me rendiré, sé que puedo hacerlo.’’

Vuelves a oír su voz: ‘’Paula, Paula ¿qué te pasa?’’

‘’No me pasa nada’’, piensas. Pero no te sientes fuerte, tu cuerpo parece que quiere irse, descansar. Y en ese último instante, antes de que tu cuerpo vuelva a dormirse, consigues vocalizar una única, sencilla, pero también, una de las palabras más valientes que has pronunciado nunca: ‘’volaré…’’

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